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Pura Vida, Mae!

miércoles, 23 enero, 2013


(La banda sonora en el los largos caminos de bus)

Pues según parece salimos con vida de Costa Rica, cansados pero contentos, y con un viaje inolvidable en nuestras mochilas. Y lo más sorprendente es que casi todo salió según lo planeado, pese a nuestros miedos e inseguridades.

El viaje de ida fue bastante agotador. La mañana del día 16 dejamos por fin listas nuestras maletas: una grande y verde militar prestada por Roberto y que facturaríamos; y otra negra, más pequeña, que me regaló Espe por mi cumpleaños adelantado, con un compartimento para la cámara y que llevaríamos como equipaje de mano. La idea era que yo llevara la más pesada y ella la más ligera. Intentamos reducir todo el peso al mínimo, así que mi maleta no llegaba a las 13kg y la de ella no pasaba de los 8. Me dio cierta pena no poder llevar mi super maleta del Decathlon, pero me la dejé en España y no estaba la cosa como para comprarse una aquí. Son productos muy caros, incluso en la cooperativa MEC, así que teníamos que ir con lo que nos prestaron y poco más. El equipaje por persona incluía un sacos de dormir, 5 calzoncillos, 5 bragas/tangas, 5 pares de calcetines gruesos, 5 pares de calcetines de verano, la ropa de abrigo que llevábamos puesta (camiseta térmica, forro polar, impermeable y pantalones desmontables yo y pantalones pirata Espe), 2 camisetas de deporte, 3 camisetas de algodón, 1 bañador/bikini, 1 luz frontal, 1 linterna y 1 recambio de pilas, 1 linterna con dinamo, 1 mosquitera de cama que nos salvó la vida, 1 botella metálicas de agua, 1 navaja, 1 mini botiquín, hilo y aguja, cinta americana, 1 par de mosquetones, chanclas de verano, 16 barritas energéticas Clif de peso mínimo pero alimentación poderosa, 1 par de botas/botines, 1 jabó para el cuerpo, el pelo y la ropa, 1 reloj, 1 móvil, 1 iPad y sus correspondientes cargadores, 1 cámara DSLR con objetivo para retratos, 1 cámara compacta y funda, 1 par de gafas de sol, bolsa con documentación y copia de pasaportes y visados, $400 americanos, 25.000₡ (más o menos $50), $150 en un compartimento secreto para urgencias, un mapa tela de chungo, una Lonely Planet de Costa Rica, 1 bolígrafo, un cuadernillo para notas grapado a la guía con números importantes, y espacio libre para cargar más agua y alimentos. Espe llevaba todos los gadgets y la ropa interior, y yo básicamente todo lo demás. Molido que acabé.

Y así nos fuimos hasta la estación de buses de RobertQ de dónde partimos con destino Detroit. Hubiese tomado como unas 3 horas llegar, pero como casi siempre, nos pararon en la frontera con Estados Unidos, esta vez porque, aunque no necesitásemos un visado, había un papel en nuestros pasaportes que decía que estuvimos en el país pero había caducado. Como españoles no necesitábamos un visado, pero una vez que entras al país te hacen pagar una tasa obligatoriamente y te colocan un papel verde que indica que tienes 3 meses para entrar y salir sin tener que pagar otra vez. Es, además, un papel que los mismos controles fronterizos tienen que quitar una vez sales, de manera que así llevan el control de quién está dentro del país y por cuánto tiempo. Pero algún empleado no cumplió con su obligación y lo dejó grapado en nuestros pasaportes, por lo que el agente de turno, con el típico aire arrogante, nos espetó que podría desde prohibirnos la entrada hasta multarnos. Es que les gusta hacerte sentir inferior y te recuerdan a cada momento que es un privilegio pisar su puto país de mierda. Al final todo quedó en pagar de nuevo las tasas y un retraso de más de media hora que al resto de viajeros que iban en el bus no debió hacerles mucha gracia. Aun así, doy gracias a que el chófer del bus esperó pacientemente a que todo se solucionara. Incluso de vez en cuando se asmoaba a ver cómo nos iba, angustiado en realidad.

El aeropuerto de Detroit es bastante pequeño, creo que no debe tener muchos destinos internacionales directos. Nuestro avión hizo una parada en el repugnante aeropuerto de Miami. Atestado de gente, en mal estado, sucio y sin condiciones para acoger a la cantidad de gente que se aglutina, es un aeropuerto sofocante, igual que el calor que hace. Pero para entonces ya teníamos tanto sueño y tantas ganas de llegar a Costa Rica que no nos importó mucho.

El aeropuerto de San José, o Chepe como le dicen los lugareños (Chepe es Costa Rica lo que Pepe en España, un hipocorístico de José, y aunque no sé de dónde viene, no creo que tenga relación con nuestro Pater Putativus –P.P.), está en realidad en una ciudad llamada Alajuela, y es hasta más bonita que la capital. Al llegar, lo primero que vimos, fue un cartel con nuestros nombres, «Javier y Esperanza», que sostenía el hermano de Roberto y su mujer que finalmente habían venido hasta el aeropuerto a recorgenos. A esa hora de la madrugada, y con el cansancio que traímos se agradece el doble un gesto así. Pero lo mejor estaba por llegar. Aun en medio estado de shock, nos llevaron a su casa, que es la planta segunda de una casa enorme en la que además viven los padres de Roberto. Y allí, a las 2 de la mañana, estaba el padre y la madre de Roberto dándonos una bienvenida que nunca sabré cómo agradecer. Nos informaron de todo y nos dieron un tour por el centro de la ciudad, nos contaron quién fue el héroe nacional Juan Santamaría, nos hicieron sentir como si fuera nuestra casa, nos cambiaron dólares a colones sin las comisiones asesinas de los bancos, nos dieron sus números de teléfono, pudimos dejar allí la ropa de invierno que traíamos desde Canadá, nos dejaron hasta una tarjeta SIM y un móvil para que los llamáramos para cualquier cosa, nos aconsejaron de todo, nos dejaron un repelente de mosquitos que sólo los lugareños conocen, nos prepararon un desayuno riquísimo donde por primera vez probé un café que me gusta, y para colmo, el padre se nos puso a cantar y tocar la guitarra en plena madrugada. Siempre voy a estar en deuda con ellos, por como nos trataron y como nos hicieron sentir. Una hospitalidad sin precedentes. La madre, una señora encantadora, hasta nos preparó dos bolsitas de desayuno para el largo camino de bus que nos esperaba en unas horas. Y cuando llegó por fin la hora de ir a coger el bus, todos nos acompañaron y nos dejaron en la misma estación, pues parece que la zona es un poco peligrosa y es mejor no andar por allí medio perdido. Además que en Costa Rica nadie sabe guiarte por nombres de calles, de hecho es que ni hay carteles con los nombres. Los tiquenses (y es que los naturales de Costa Rica se les conoce por ticos) se dan las direcciones en base a cosas que por alguna razón son famosas, a veces incluso cuando ya han desaparecido, del tipo, «está a dos cuadaras de la antigua fábrica de tabaco», ejem, a qué me sonará a mí eso.

Familia Ulloa casi al completo

Familia Ulloa casi al completo

Y quiero dejarlo aquí, para que sirva la entrada como símbolo de mi gratitud a la familia Ulloa, que aun habrían de tener otros grandes gestos con nosotros, pero lo contaré mejor otro día, con los detalles del viaje en sí 😀

3 comentarios leave one →
  1. Sergio permalink
    viernes, 25 enero, 2013 06:34

    Es muy grande que todavía siga habiendo personas de este tipo. La preparación de la maleta tuvo que ser concienzudamente calculada ¿eh?

    • viernes, 25 enero, 2013 06:46

      Sí, tío. La verdad es que nos cambió radicalmente la impresión del país, y para bien. No me preocupa afirmar que fue lo mejor del viaje 🙂

Trackbacks

  1. In the jungle | versae

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